sábado, 5 de septiembre de 2015



Génesis

l fin, nadie supo de donde venía. Muchos fueron desde grandes reyes, faraones y hasta magos, los que quisieron darle su origen y otros, sin quererlo, fueron llamados padres o progenitores. Los más estudiosos les han enseñado a sus vástagos, que a galopes de Bucéfalo y por influencia de Alejandro, fue incorporado en la India. Otros contradictores, le dieron cuna en los hipogeos de los faraones, en el paño mortuorio de la reina Ysi-em-Kheb donde también aparecía. Otros le vieron con el rey Tamerlam, en franca lucha entre persas y birmanos, pero lo que sí se sabe, es que fueron los árabes, con los números, el cero, el azúcar y la pólvora, los que deslumbraron a reyes, monjes, monarcas y conquistadores de la península ibérica, para que desde allí, entrara en nuestras vidas, nuestros sueños y hasta en nuestras pesadillas.

Todo le parecía marchar bien, pero ajeno a su culpa le fue acusado de ir en contra de la moral y de la ética. En Cremona le acusaron de la plaga que azotó a la ciudad, pues solo podría ser un castigo divino. La causa: el concentrar tantas horas en él. Religiones y doctrinas se unieron con el firme objetivo de hacerle desaparecer. Jomeini, su enemigo más acérrimo, le sentenció:

“ Es diabólico porque perturba la mente de quienes lo practican".



Pero nadie pudo con su ciencia, arte, filosofía y estética, su enorme riqueza que no podía ser arrebatada, no estaban sus tesoros en enormes cofres sino en el gran espíritu de Ludus. Así continuó demostrando su inocencia. El mundo volvía a ser plano. Se batió con grandes como Napoleón, Carlo Magno e ilustres como Benjamin Franklin o Allan Poe. Parecía feliz en todas partes, pero nunca, nunca fue y es tan feliz, como cuando juega en infantiles manos, para seguir despertando luchas inimaginables, desdichas anticipadas, victorias irrefutables, derrotas inolvidables y terminar con sus tallados trebejos en aromáticas cajas de madera, tal cual, lo sentenciaban sus ancestros: “Al final, tanto el rey como el peón, terminarán siempre en el mismo cajón”.

Cesar A Monroy H.


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